Especialistas comprobaron que la incorporación de tratamientos de semilla con microorganismos
promueve el crecimiento del trigo, genera biocontrol y tolerancia a patógenos, fijan nitrógeno e
incrementa la eficiencia en el uso de los fertilizantes.
En los sistemas de producción de siembra directa, con variada cantidad de rastrojo en superficie,
semillas ubicadas a profundidad variable y otros factores propios, se determina la necesidad de
utilizar fungicidas curasemillas, que traen aparejados múltiples beneficios para las primeras etapas
del cultivo.
Entre los factores que provoca esta práctica, se puede enumerar la posibilidad de minimizar la
existencia de plantas débiles y anormales, con escasa resistencia a condiciones ambientales
desfavorables y en forma indirecta favorecen la implantación.
Pero no es lo único que se logra. Un grupo de especialistas del INTA San Antonio de Areco,
determinó en tres ensayos consecutivos, que en el cultivo de trigo, la adopción de productos
biológicos, compuesto por microorganismos, ejerce efectos directos sobre el control de patógenos
a campo.
“El control biológico se considera ventajoso por disminuir los riesgos para el medioambiente. Los
antecedentes de biocontrol en Argentina se refieren a hongos, bacterias y nematodos, que atacan
y controlan a patógenos de plantas”, recuerdas los investigadores que realizaron el ensayo.
El objetivo de este experimento fue evaluar las cepas de Bacillus subtilis y Trichoderma atroviride
sobre el comportamiento agronómico del cultivo de trigo y sus efectos en el control de patógenos
a campo, en comparación con un testigo biológico.
Para las tres campañas analizadas, se utilizaron materiales de trigo de ciclo intermedio con fecha
de siembra en finales del mes de junio y espaciado a 0,2 m entre surcos con una densidad de
siembra de 350 pl/m2.
Vale aclarar que se fertilizó con fosfato mono amónico a la siembra y se aplicó nutrición
nitrogenada con urea en el estado de macollaje según las necesidades del cultivo en cada año
evaluado.
Las tres campañas evaluadas fueron muy diferentes en relación a las precipitaciones acumuladas
durante el ciclo del cultivo, siendo la campaña 2022 la que menor oferta hídrica presentó, estando
siempre por debajo del promedio histórico.